
Un día como hoy 21 de Agosto, pero hacia el año 1793, nacía en Lyon, Francia, Juan Luis José María Querbes Brebant, nuestro amado y querido fundador. Hoy, recordamos su nacimiento, oramos por su glorificación y llevamos a nuestra vida la expresión simbólica de su vida interior, “Adorado y amado sea Jesús”.
El Padre Luis nació en medio de los abates de la Revolución Francesa. A continuación te dejamos dos relatos, el primero nos sitúa en su nacimiento y la dificil atmósfera del bombardeo en Lyon, el segundo en rasgos físicos y morales.
El 15 de agosto se intensifican los bombardeos. Tras una tregua se reinician el 22 de agosto. “Fue el fuego del infierno, dice un testigo, en esa noche murieron 2.000 personas”. 7 horas de bombardeo. La víspera, el 21 de agosto de 1.793, a las tres de la tarde, Juana Brebant dio a luz a su primogénito Juan Luis José María. Se llamó Juan, como su madre, José, como su padre, María, sin duda a causa de la devoción mariana de sus padres. ¿Y Luis? Nadie lleva este nombre en la familia de los Querbes ni en la familia de los Brebant. Pero hace siete meses que se guillotinó a Luis XIV y los católicos desean recordar a un rey mártir. El niño fue bautizado ese mismo día en San Pedro muy cerca de allí. Al día siguiente de su nacimiento, José Querbes inscribió a su hijo en el registro civil. Los testigos fueron Luis Blanc y Martín José Chaze, ambos sastres. ¡Lúgubre atmósfera para celebrar el nacimiento de un primer hijo! Durante los días siguientes recrudeció el sitio. Según un relato, Juana Brebant tuvo que huir de su casa, donde había caído una bomba, llevando al niño en sus brazos. La anécdota se debe a uno de los primeros compañeros de Luis Querbes, Hugo Favre. Esto ilustra bien los horribles días del verano de 1.793. Dos meses de asedio. Caminando con Luis Querbes
De bastante buena estatura, pero delgado. Hacia los cuarenta años, comenzó a echar carnes, que le fatigaban mucho al final de sus días. Frente ancha y despejada; ojos grises, vivos, escrutadores e imperativos; nariz un tanto gruesa, labios, igualmente. Rostro ovalado, tez un poco morena; algo picado de viruelas; una voz vibrante y firme. Unos rasgos claramente acusados daban al conjunto de sus fisionomía las características de un hombre de ingenio, decidido y perseverante. Era muy alegre, perspicaz, iracundo, autoritario. Pero junto a debilidades e imperfecciones inherentes a nuestra pobre humanidad caída, se hallaban en Querbes cualidades preciosas. Vestido siempre con sencillez, y que en otro cualquiera se hubiera tildado de negligencia, todo en él, sin embargo, respiraba dignidad e imponía a un tiempo respeto y confianza, denotaba un hombre de prestigio y de gran capacidad. Tenía un corazón de oro; nunca sabía negar un servicio, ni guardar rencor, generoso, trabajador infatigable, con un celo y generosidad propios de un Vicente de Paúl; de una voluntad enérgica y de una valentía que nada es capaz de doblegar. Siempre del mismo talante, tanto en fortuna adversa como en la próspera; tan instruido como piadoso y modesto, de confianza ilimitada en la Providencia. Persona de trato muy accesible, que, como el Apóstol, se hacía todo para todos, reunía todas las cualidades que conforman a un hombre de bien. No podía uno conocerlo sin apreciarlo y quererlo. Charles Saulin, c.s.v., Notas sobre el cura Querbes, Dossier Testimonios, p.86
El Padre Luis fue resultado de una doble contemplación: es una persona de Dios y Dios lo empuja a cuidar a sus hermanos. Fue sensible a las necesidades de los humanos y esta sensibilidad lo condujo a Dios. Es este vaivén se desarrolló su vida espiritual. Fue un dialogo permanente entre mirar la realidad y la manera de evangelizar.

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